Una reflexión sobre los límites

Estoy segura de que no soy la única que lucha todos los días con aprender a decir que no. Es una tarea dificilísima. Y es que de entrada, la cultura mexicana nos la pone difícil. Nos encanta decir que sí a todo: que sí vamos a una fiesta (aunque sepamos que no vamos a poder), que sí podemos ayudar a alguien (aunque no tengamos tiempo de hacerlo), que sí queremos más de lo que nos están ofreciendo de comer (porque qué pena que crean que no nos gustó). Peor aún si nuestra personalidad tiende a evitar el conflicto (como es mi caso); entonces, saber decir que no requiere de un esfuerzo mayor. 

Diría que esa es la regla de oro de los límites. Aprender a decir que no es una habilidad importante en momentos pequeños y grandes de la vida que implica cuidarnos y valorarnos, así como defender las cosas en las que creemos. Desde hacerle saber a un jefe o un compañero de trabajo que no podemos un proyecto extra, hasta hablar con nuestra pareja para decirle que no nos encanta que haga esos chistes a nuestras expensas, expresar esos sentimientos nos hace más fuertes, mientras que guardarlos suele generarnos muchísima frustración y resentimiento. 

Los ejemplos podrían ser miles porque las oportunidades para poner esos límites también lo son; son todos esos momentos en los que un “no” incómodo significa proteger el valor que nos damos ante nosotros mismos y el que nos damos ante los demás. 

Cuando se trata de límites, también hay que saber definirlos en términos de tiempo. Al pasar tantas horas del día dedicándole tiempo y energía a otros –trabajo, proyectos, hijos, amigos y pareja–, es muy fácil que descuidemos las horas que nos corresponden a nosotros mismos. Nuestro tiempo para leer, hacer ejercicio, ir a terapia, meditar o simplemente tirarnos en el sillón a ver tele sin tener que hablar con nadie es sagrado, y deberíamos de considerarlo en el calendario con la misma importancia que cualquier otra actividad, pero pocas veces lo hacemos. Nos da miedo parecer egoístas, o fallarle a la cultura en la que vivimos que glorifica tanto la productividad. Pero la realidad es que si no protegemos ese tiempo, nadie lo va a hacer por nosotros. 

Otros límites básicos son los de espacio, y no necesariamente me refiero a espacio físico (aunque también es importante), sino uno más abstracto. Las personas de las que nos rodeamos afectan nuestra energía y nuestros pensamientos. Sin entrar en temas de vibras ni auras, no podemos negar que siempre habrá una que otra persona a nuestro alrededor que sea negativa, abusiva, hipócrita, o de plano no nos caiga del todo bien (porque nosotros tampoco le caemos bien a todos). 

Establecer límites sociales no siempre es tan fácil, pues esas personas pueden ser parte de nuestro grupo social, familiar o laboral. Aun así, es necesario tratar de cerrar un poco esa puerta que les da acceso a nuestra vida. Podemos llevar un trato amable y educado, pero evitar contarles cosas personales a quienes no nos dan confianza. Y al final, los límites sociales también tienen un gran factor de auto-control, que se encuentra en nuestro propio manejo de la relación con el otro y cómo permitimos que nos afecte. Un último tip: nunca está de más dejar de seguir en redes sociales a quienes nos provocan emociones negativas.

Por otro lado, me gusta la idea de pensar en ciertos límites que podemos romper, porque también hay cosas a las que podríamos dejar de decir que no. Un buen ejercicio de autoconocimiento consiste en preguntarnos cuáles son los límites que nos hemos auto-impuesto a lo largo de nuestra vida, algunos como métodos de autodefensa ante alguna situación traumática, otros quizá por miedo a lo desconocido o por inseguridad. 

De esta manera, los límites se convierten en excelentes aliados para construir la vida que queremos vivir. Al conocernos mejor y preguntarnos todos los días dónde están los límites que nos hacen sentir seguros y respetados, le ofrecemos el mismo respeto a los demás. Podemos imaginarnos los límites como las fronteras (no 100% fijas) de un país en el que vivimos con las personas y las situaciones con las que nos sentimos en paz.

Imagen: Randy Fath, via Unsplash